HUMANICIDIO: LA TECNOCIENCIA Y LA POLÍTICA

 
Por Lic. Pedro Reinaldo Pérez H. (Mcs)
      
    La ética no puede suplir del todo las deficiencias de la vida, porque no es más que la crónica de los esfuerzos hechos por los humanos para remediarlos.
Fernando Sabater.

…no tenemos derecho a suicidarnos, a hipotecar nuestro futuro.
 Lacroix.

Las sociedades occidentales presentan un marcado crecimiento industrial y económico, el grado de algunas de ellas, se aproxima a veces a lo increíble. Hoy la ciencia progresa con rapidez extraordinaria, acompañada de una evolución tecnológica - vivimos la era de la tecnociencia-, la biología por ejemplo en su propio desarrollo ha conquistado ya en el espacio más secreto del hombre: su código genético; los progresos de la física son abrumadores a todos los niveles, nuestra civilización presenta un desarrollo material incuestionable, de hecho la  globalización es una realidad que nadie pidió, en la cual se encuentra  inmersa la humanidad. Está ahí, lo vemos todos los días y por qué no decirlo disfrutamos de ello.
La moral planetaria propuesta por Michael Lacroix en los años noventa, nos alerta sobre las graves consecuencias de este crecimiento descontrolado de la tecnología, sino que además nos señala como las principales causas de perturbación del sistema de la tierra, por un lado, el desarrollo incontrolado de la ciencia y la técnica y por otro el mal funcionamiento de las instituciones políticas.
 

En otro orden ideas Lacroix afirma que la expertocracia no informa a los ciudadanos sobre inversiones o sobre las pruebas armamentistas que despliega, llegando a convertirse en una ciencia monopolizada por una elite celosa de sus privilegios. Esta ciencia se corrompe por el secretismo, por motivos militares y por la búsqueda del prestigio de algunas naciones. De esta manera, la crítica para el mismo Lacroix resulta imposible y en consecuencia la ciencia se vuelve incontrolable.
La tecnociencia no sólo no está controlada por la democracia y no controla sus impactos sobre el entorno, sino que padece un mal más profundo: no controla su propio futuro. En este sentido, se hace necesario la educación política de los particulares para desarrollar su conciencia ciudadana y que éstos puedan asumirse como actores sociales, que están obligados a formarse, por su bien particular y en beneficio de la sociedad entera. De esta manera el estado dejara de tutelar a los ciudadanos en la medida en que produzca un desarrollo cognitivo de la sociedad civil: cuando se democratice el conocimiento, es decir sería la única forma de, como ciudadanos, tener capacidad de poder: de poder decir y hacer algo.
La existencia de una sociedad del conocimiento exige un enorme esfuerzo e interés por parte de sus miembros, exige una enorme responsabilidad ciudadana. Al mismo tiempo se trata de algo que para los expertos, los tecnócratas y los decisores políticos es algo aconsejable, por no decir inconveniente. Ya que sin duda estaría en juego la cuestión del poder, de la decisión y de la responsabilidad sobre el futuro. Por ejemplo si Einstein, hubiese sabido que su descubriendo sobre la energía nuclear, años después durante la segunda guerra mundial el 6 de agosto de 1945, Estados Unidos lanzaría  la bomba atómica contra Hiroshima Y Nagasaki  acabando con la vida de 200.000 personas en solo un instante y que traería problemas genéticos a su posteridad, quizás no hubiese revelado la fórmula de su descubrimiento. Puesto que a veces un mal menor  puede evitar un mal mayor.
La moral planetaria se revela contra esto y quiere retomar el control de la tecnociencia por eso supone una reforma de la misma en tres orientaciones fundamentales: 1.- Se debe planificar y evaluar la tecnología; 2.- se debe someter el desarrollo tecno-científico  al predominio de los imperativos planetarios. Es decir, la comunidad científico-tecnológica deberá renunciar a gozar de plena libertad y aceptar que se le convoque en torno a los objetivos prioritarios del mundo, a los cuales ella deberá ajustarse; 3.- debe instalar barreras para contener sus excesos, entre las cuales están las barreras éticas.
En este sentido, la educación para una moral planetaria debe ser una educación en la que lo antropológico “total” prime sobre uno de los aspectos del ser humano que es lo que se concreta en la sociedad. La vida humana necesita de otros. Por el contrario, la actividad laboral no requiere de la presencia de otros. La acción es prerrogativa del hombre porque requiere la presencia de los demás. Arendt (1958) parte de la frase aristotélico-tomista “el hombre es político por naturaleza, esto es, social”, por eso el hombre es animal político y social. El homo faber es libre de producir, mientras que el animal laborans vive «sometido  a las necesidades de la vida» y el hombre de acción «depende de sus semejantes», por ello es posible pensar que todo hombre que actúa produce la acción, sea cual sea esta, bien en lo racional como en la praxis de sus proyectos que de alguna manera deben estar dirigidos al bien común.
       Aristóteles se pregunta en la Ética a Nicómaco por la ciencia que debe considerarse superior a todas y contesta que es la política, porque es aquella que contribuye al bien común de la sociedad y no sólo del individuo, de acuerdo a este postulado podemos decir que en el desarrollo de la tecnología y la ciencia debe tenerse en cuenta  como principio orientador el bien común. La orientación al bien común estimula a la persona y a la sociedad ir más allá de los intereses particulares,  y a buscar aquello que es bueno para el resto de los individuos, como sabemos que el fin último de la ética es buscar siempre el “bien común”.
 La orientación al bien común tiene dos puntos de referencia propios el principio de responsabilidad y el principio de subsidiariedad. El primero reclama la obligación de actuar pensando en el bien de la sociedad; el segundo justica el derecho de actuar libremente en aquello que se tiene capacidad de actuación. El principio de responsabilidad que para Jonas (1995), es una virtud social que se configura bajo la forma de un imperativo que, siguiendo formalmente al imperativo categórico kantiano, ordena: “obra de tal modo que los efectos de tu acción sean compatibles con la permanencia de una vida humana auténtica en la Tierra”. Este principio ayuda a no perderse en el sentido de responsabilidad y a señalar prioridades en las acciones. Según este principio, las responsabilidades del individuo deben ordenarse en función de lo que ésta más al alcance.
       En el cumplimiento de las responsabilidades se puede caer tanto en posturas nimalistas, es decir conformarse con responder de lo que afecta directamente; como en postura maximalista, sentirse responsable de todo lo que sucede. Para hallar un término medio entre estos dos extremos, el principio de responsabilidad lleva a pensar en lo que es próximo.
       El sentido de responsabilidad lleva a ocuparse de aquellas cuestiones que dependen más directamente del individuo. Si la orientación al bien común supone un momento de expansión de la responsabilidad propia, el orden de responsabilidades ayuda a dar prioridades, empezando por aquello que está más cerca, no sólo en el tiempo y en el espacio, sino también con respecto a las obligaciones personales y profesionales.
Para concluir podemos decir que los ideales de la modernidad siguen siendo válidos  aunque sufre cambios radicales. No obstante, conviene dotar a tales ideales de un significado más profundo, y más que nunca es necesario encauzar de manera permanente las normas punitivas por habilidades que los conlleven a reafirmar los valores y principios en la sociedad, de tal manera que dote a los ideales de transformación del planeta de significados profundos que no se conviertan en ideales reivindicadores, sino que sean reflejo de la riqueza de la naturaleza humana. Desde esta radicalidad se presentan tres actitudes para que el individuo se maneje en este mundo global: saber rectificar, saber escuchar, saber perdonar.
       A partir de estas actitudes y con los principios generales de la ética es posible ofrecer habilidades y competencias oportunas y necesarias a los ideales contemporáneos y así guiarlos por el camino correcto y en la adecuada dimensión ética que permita una reorientación permanente a los avances tecnológicos y los adelantos investigativos de las ciencias donde  se han hecho más trasformaciones a los principios y valores de tal manera que podamos construir una moral planetaria de tal forma podramos las diversas formas de depredación ecológica, las quiebras económicas, el aterrador arsenal nuclear y los desórdenes demográficos que amenazan con poner fin, no sólo a la civilización humana, sino a la vida misma sobre la tierra. Frente al espectro del humanicidio, se comprende lo urgente que resulta modificar nuestros comportamientos, crear nuevos valores, en suma, inventar una moral planetaria
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Referencias Bibliográficas:
Arendt, H. (1958). La condición Humana. Paidós. Barcelona.
Aristóteles, (1993). Ética a Nicómaco. Paidós. Barcelona.
Ohmae, K. (2005). El escenario global. Desafíos y Oportunidades en un mundo sin fronteras. Norma. Bogotá.
Sabater Fernando (2009). Ética para Amador.  Editorial Ariel. Barcelona.
Lacroix Michael (1994). El Humanicidio. Ensayo de una moral planetaria.  Sal Terrae editores. España
Hans Jonas (1995). El principio de responsabilidad: ensayo de una ética para la civilización tecnológica. Editorial Herder. Madrid.


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