por: Lic. Pedro Reinaldo Perez H.
“La filosofía no puede eludir la obligación de dictar nuevas normas de conducta, de presentar nuevos programas de convivencia social, de impulsar a la presencia en los problemas del mundo actual y por venir”
Bertrand Russell.
Los doce años transcurridos de este siglo han significado para el pensamiento filosófico una continua prueba de fuego. Vemos con asombro como toda una larga tradición entró crisis, y el cerco que competidores avanzados pusieron a la filosofía pudo significar su acabamiento. Convertida en un saber académico, disecada en manuales y monografías con que se demostraban ciertas minorías o se encontraban los profesionales, es lógico que, en determinados momentos, en los que una sociedad nueva intentaba instalarse en un mundo alterado, la filosofía pudiera parecer un resto carcomido, sobrenadando a duras penas del naufragio de la historia.
La Muerte de Sócrates, obra de Jaques-Louis Davis (1787) |
Los intentos que, por parte de los filósofos, se habían hecho últimamente por rescatarla, quedaron reducidos a un ámbito muy estrecho, en función, sobre todo de una mayor o menor proximidad a la ciencia. El saber científico parecía ser quien decidía sobre la justificación del saber filosófico. La muerte de la filosofía, como la muerte de la historia en palabras del filósofo francés Jean-François Lyotard (2000) son gritos de combate en no se sabe muy bien en qué tipo de manifestaciones. Pero ha sido un hecho de la cultura más reciente. Nadie, sin embargo, por muy pacifista que sea, tendrá inconveniente en colaborar en esa condena, si ello significa el derrumbamiento de dos edificios cuarteados por años y poblados si es que lo están por grotescos fantasmas. Es cierto que una buena parte de la imagen de la filosofía y de la historia que se nos ha entregado merecería la piqueta y el desplome definitivo. Pero, podría ocurrir que esa imagen absurda del saber filosófico hubiese estado ya preparada, de alguna manera, para justificar su fin. Si de hecho cayera esa construcción anacrónica, no tendríamos por qué lamentarlo. De paso, sin embargo, podría cercenarse el pensamiento vivo, la filosofía crítica, la que de alguna manera tendría que colaborar, después de tantos siglos de interpretarlo, en cambiar el mundo.