por prof. Edira Pichardo
La educación es un proceso
integral del individuo que no debe depender únicamente de la preparación
intelectual del educador, sino también de la actitud afectiva que este
demuestre ante un grupo de estudiantes que lo conciben como un ejemplo de
conocimientos, valores, ética y moral; por lo tanto ¿En la actualidad, es más
importante el conocimiento impartido que la afectividad durante su enseñanza?
Sobre esta interrogante deben reflexionar los docentes antes de iniciar su
práctica pedagógica, inclusive de manera silenciosa cuando se encuentren frente
a sus estudiantes, con el fin de recordar que más allá de las condiciones
adversas del medio, la rutina y el agotamiento físico, es imposible orientar al
niño en su desarrollo cognitivo, si no se trabaja en la búsqueda de una
relación afectiva y recíproca entre el educador-educando, donde el último
mediante la actitud receptiva del docente, perciba su motivación para la
verdadera comprensión, y a su vez el docente capte el interés que este
demuestre durante el proceso de su enseñanza.
Por ello, la
elaboración del material se orienta en la importancia que tiene la convivencia
del docente-estudiante en un aula de clase bajo un clima armónico y de confianza,
donde persista el intercambio, la motivación y la libertad, y se suprima la indiferencia
mutua, la tensión y hostilidad.
La afectividad tiene
una estrecha relación con las emociones, el sentimiento, el estado de ánimo y
la actitud, manifestaciones que en conjunto condicionan la conducta. Zuazua
(2007). Siso y Ríos (2008) coinciden en que el afecto es una emoción esencial
en los actos de conocer, pensar, actuar y relacionarse con el entorno.
En otras palabras, el término
afectividad se vincula con las emociones y sentimientos que experimenta un
individuo durante el acercamiento o rechazo (actitud) al interactuar y
socializar con otro; en el caso educativo corresponde a la actitud de interés,
simpatía o antipatía hacia el profesor, los compañeros, un contenido o una
asignatura; considerando que la postura que adopte el individuo dependerá principalmente
de las condiciones afectivas y emotivas que exponga el docente ante sus
estudiantes, las cuales orientarán la acción positiva o negativa del alumno hacia
su guía y compañeros durante su desenvolvimiento a lo largo del proceso de
enseñanza; sin embargo se puede dar el caso en que la actitud de un niño o
adolescente ante su maestro, este influenciada por otra persona.
Por consiguiente,
durante la formación docente y al momento de evaluar el perfil del mismo, no
solo se debe considerar el desarrollo intelectual sino su conocimiento
emocional, puesto que representa un aspecto fundamental en la enseñanza y en el
desarrollo de las actitudes y aptitudes del estudiante, ya que es visto como el
modelo a través del cual sus discípulos aprenderán a estudiar, razonar y
asimilar cualquier situación o frustración durante la formación, pero para
lograr una interacción afectiva de esta índole, es importante que la preparación
del docente este fusionada con la afectividad educativa, es decir tener
vocación para percibir y comprender no solo sus emociones sino la de los demás,
buscando así las herramientas necesarias para dar respuestas satisfactorias a cualquier
situación o actitud negativa que se presente en este oficio.
El docente debe
mantener siempre presente que a pesar de que estamos frente a un grupo de estudiantes
que pueda variar de 15 a 45 individuos con intereses, caracteres, emociones y
costumbres distintas, tenemos una relación individual con cada uno de ellos, es
decir formamos tantas “parejas educativas” como las llama Max Marchand (1960)
como tengamos estudiantes, siendo errado pensar en que el mensaje impartido dentro
del aula, será interpretado de la misma manera por todos, o pretender hacer una
copia fiel de lo que pensamos y creemos que deben ser nuestros alumnos,
calcando así en ellos nuestra manera de ser y razonar.
La pareja educativa
puede ser entendida como la relación afectiva e intelectual que existe entre el
docente y el estudiante, donde el maestro desde el momento en que se presenta ante
el grupo, de acuerdo con la conducta y actitud que adopta frente al mismo, fecundará
las posibles reacciones del estudiante durante el año de formación que recién
comienza. Indicando esto que debemos ser cuidadosos con la libertad que tenemos
para mostrar conductas o actitudes ante nuestros estudiantes.
En su libro “La
afectividad del Educador” Max Marchand (1960), explica con base al estudio del
comportamiento del docente y la reacción de sus discípulos, los tres tipos de
parejas educativas, clasificándolas en: Las relaciones educativas
caracterizadas por el egoísmo y la indiferencia del educador, las parejas educativas
definidas por el imperialismo, y las relaciones afectivas de intercambio y
renunciamiento.
Para ejemplificar el
comportamiento del docente-estudiante bajo una relación de egoísmo e
indiferencia, es pertinente comenzar con el calificativo “pareja amorfa”,
empleado por el autor para abordar la actitud apática del docente ante el
compromiso y responsabilidad que posee durante la consolidación de las
competencias del niño, ya que mayor importancia tiene satisfacer sus propios
intereses mediante el trabajo del estudiante, que la aprehensión del
conocimiento por parte de este, ignorando o maltratando aquel alumno que
presenta dificultad para comprender algún contenido, encargándose a su vez de
divulgar tal situación ante los colegas y representantes para
justificar las bajas calificaciones obtenida, cuando el trasfondo de esta
realidad es la falta de interés y orientación del profesor al momento de
impartir la lección. En esta clasificación, también se involucra el docente que
concibe el aprendizaje como un hábito caletre, únicamente para presumir los
buenos resultados cuando en realidad sólo le está privando al alumno la
libertad de ser crítico y analítico.
Posteriormente, se
tiene el tipo de relación caracterizada por el imperialismo, “casos de tensión”
Max Marchand (1960), donde el docente es
el típico tirano que se regocija con el miedo o temor que provoca en el
estudiante, creando así en lugar de un clima afectivo, un ambiente de
desconfianza y desentendidos. En este caso, el
profesor limita al estudiante a construir su propio desarrollo intelectual, ya
que lo somete a su autoridad por medio de doctrinas, logrando conseguir la sumisión
y obediencia total (100% Conductista), al ridiculizarlo o condenarlo con
severos castigos si intenta manifestar con libre expresión lo que piensa y
siente. Así mismo, existe el tipo de docente que es flexible y capaz de
involucrase en los sentimientos de sus estudiantes únicamente para lograr que
su autoridad predomine ante el interés propio de los mismos, consiguiendo una dependencia
extrema en los alumnos, paralizando sus propias iniciativas al evitar contrariar al maestro para no ocasionar su disgusto o decepción, debido a que
el profesor genera una relación con excesiva familiaridad, pretendiendo igualarse
al grupo e ignorar la diferencia que debe existir entre el docente y el estudiante.
Por último, tenemos la
pareja educativa ideal, identificada
como el “caso de armonía” según Max Marchand, donde prevalece el intercambio y la
comunicación entre el docente y estudiante, ya que existe un verdadero
compromiso y abnegación al momento de guiar el proceso de enseñanza. En este tipo de pareja
educativa, el estudiante percibe la preocupación por parte de su orientador de
conocer sus intereses, sentimientos y miedos, con el objetivo de brindarle
todas las herramientas posibles para solventar cualquier situación
problemática, a través de la armonía y el enriquecimiento mutuo. Además, se
caracteriza por erradicar todo tipo de hostilidad o tiranía dentro del aula,
donde ante una actitud de rebeldía, el pedagogo responde con paciencia, sin
dejar de un lado la autoridad que por ser guía representa.
Definitivamente, la actitud y afectividad del docente
es la piedra angular que sostiene el avance o retroceso en el proceso de enseñanza,
ya que con un gesto, una respuesta o una acción vista por él como simple y sin
importancia, puede generar en el estudiante actitudes e intereses contrarios a
los que se buscan conquistar. Por ello, debemos trabajar para que el estudiante
no conciba al docente como un sinónimo de fastidio, desinterés o monotonía, sino
como el mediador que compartirá el conocimiento que posee, y proveerá las
competencias y herramientas necesarias para tomar decisiones y solucionar
cualquier problemática que pueda surgir durante y después de su formación.
Él
logró de lo mencionado, se obtiene en primer orden haciéndoles saber con un
amor sin apego a los estudiantes, la importancia que representan en nuestra
vida profesional, y qué el bienestar de cada individuo significa el de nosotros
mismos, porque a pesar de que representamos la máxima autoridad en el salón, el
mayor deseo de todo docente es que seamos superados por nuestros estudiantes.
En segundo orden, es
imprescindible utilizar la capacidad creativa que los docentes debemos poseer
para renovar las estrategias diseñadas, eliminando la repetición año tras año
de los mismos recursos y tácticas al momento de abordar los contenidos, porque:
a. Los tiempos cambian, y con ellos los intereses y la
dinámica del grupo.
b. Muchas veces caemos en el error de pensar que
los buenos resultados de la estrategia utilizada el año escolar en curso, serán
exactamente iguales con el grupo que recibiremos el año próximo, lo cual genera
un hábito que durante toda la carrera profesional, sólo responde a la comodidad
del educador ignorando la necesidad del estudiante.
Y en tercer orden, es
nuestro deber practicar la empatía y la benevolencia ante nuestros estudiantes,
eliminando la costumbre de verlos en algunos casos como un cliente que puede
ser manipulado o etiquetado desde el comienzo del año escolar como, el buen
estudiante, el mal estudiante, el holgazán o el indisciplinado; porque muchas
veces por no existir una autoevaluación, no caemos en cuenta de que la reacción
rebelde del educando puede ser un estímulo a nuestra atención, o una hostilidad
directamente proporcional a la tiranía que se aplica en el aula, indicando esto que es importante ver y aceptar al estudiante como es, y no como creemos que
debe ser.
En conclusión, el
aprendizaje y la afectividad son dos elementos inseparables que deben trabajar
en conjunto para garantizar el objetivo que tienen en común, siendo este un
desarrollo intelectual consolidado, lo cual indica que el proceso de enseñanza
no debe enfocarse únicamente en el aprendizaje significativo, sino también en el
aspecto afectivo, ya que a medida que el docente obtenga una actitud
potencialmente interesada por parte del alumno, el entendimiento de todo
conocimiento impartido, inclusive de aquellos con nivel de dificultad superior,
no serán visto como un misión imposible, sino como una importante y divertida
meta. Por último, No debemos dejar de ser autocríticos en cuanto a nuestro
desempeño como pedagogos, porque la postura emocional y la preparación
profesional que adoptemos antes nuestros jóvenes, influye en sus sentimientos,
estado de ánimo y disposición para encarar el mundo del saber.
“Lo peor es educar por métodos basados en el temor,
la fuerza, la autoridad, porque se destruye la sinceridad y la confianza, y
sólo se consigue una falsa sumisión”. Albert Einstein.
Referencias bibliográficas
Marchand, Max (1960) La afectividad del educador.
Buenos Aires - Argentina.
Varela, Yissyth (2011) La afectividad del docente como agente motivador en el desarrollo de la educación virtual. [Artículo en línea] Disponible: