A raíz de la cuarta Cumbre de los BRICS realizada el 28 de marzo en Nueva Delhi, la información difundida por los grandes medios se centró en el papel de los países emergentes en el nuevo mapa geopolítico global y en la decisión de crear un banco de desarrollo del sur para financiar obras de infraestructura y potenciar la investigación, que en el futuro puede ocupar el lugar del Banco Mundial.
Con mucha menor visibilidad, el encuentro significó un salto en la cooperación entre dos de los emergentes, Brasil e India, en el área de la industria de defensa.
La presidenta Dilma Rousseff y el primer ministro Manmohan Singh profundizaron la Alianza Estratégica establecida en 2006 con nuevos acuerdos en las áreas de cooperación científica y tecnológica, biotecnología, defensa y proyectos espaciales. Resulta significativo que el comunicado binacional apunte que “la cooperación Sur-Sur promueve una visión compartida de la evolución del orden internacional” que se concreta, entre otras, en “una gran preocupación por la crisis económica y financiera internacional”. Ambos países comparten, por ejemplo, el deseo de ocupar un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU, el apoyo a la primavera árabe, a una solución justa al conflicto Israel-Palestina y la necesidad de una salida pacífica a la guerra en Siria sin injerencias externas.
Sobre la base de esas visiones compartidas, Brasil e India decidieron trabajar codo a codo en cuestiones estratégicas: ingeniería para la construcción de naves de guerra, propulsión nuclear, defensa cibernética, sistemas de defensa y desarrollo, y producción de armamentos. Ambos países buscan potenciar y complementar sus industrias militares en plena expansión, y decidieron hacerlo de la forma más autónoma posible respecto de las grandes potencias.
India tiene una larga relación de cooperación en materia militar con Rusia (antes con la Unión Soviética). El conflicto con el vecino Pakistán lo llevó a dar un salto adelante en materia militar. Desde 1998 es una potencia nuclear: en 2009 se convirtió en el sexto país poseedor de submarinos nucleares (el único que no integra el Consejo de Seguridad) y está fabricando su primer portaviones (otros dos provienen de Rusia), lo que convierte a su marina en una de las más poderosas del mundo. Recientemente decidió comprar 126 cazas de combate Rafale, de quinta generación, de la francesa Dassault, con la perspectiva de fabricarlos en India y, muy probablemente, en colaboración con Brasil.
Cuando el gobierno indio se decidió por los cazas Rafale, dejando de lado la oferta de la estadunidense Boeing, estaba realizando una doble apuesta: a la autonomía de su complejo industrial-militar, que ha diversificado sus fuentes de abastecimiento comprando a Israel y ahora a Francia, y a una alianza estratégica con Brasil, que este año debe decidir su ya demasiado postergada compra de cazas de quinta generación. ¿Por qué con Brasil? Son los dos emergentes que tienen más necesidades comunes en el área militar.
En 2009 el presidente Lula firmó un acuerdo estratégico con Francia que supone amplia transferencia de tecnología, que le permitirá erigir el mayor complejo militar-industrial del sur. A la tradicional necesidad de defender la Amazonia se suma en Brasil una urgencia imprevista: el mayor descubrimiento de petróleo realizado en la última década en el mundo, a 8 mil metros de profundidad en el océano Atlántico, que sido bautizado como “Amazonia Azul”. Gracias a ese acuerdo, Brasil ya está fabricando helicópteros militares en Helibras, subsidiaria de Eurocopter, y en pocos años botará los primeros submarinos convencionales fabricados en sus propios astilleros. A comienzos de la próxima década finalizará su primer submarino nuclear.
Las realidades geopolíticas de ambos países son bien diferentes. Desde su independencia, India ha enfrentado guerras con sus vecinos China y Pakistán. Se trata de una de las regiones más calientes del planeta, ya que por el océano Índico pasa buena parte del flujo comercial y petrolero entre Medio Oriente y China. Por el contrario, Brasil está en la región menos conflictiva, que tiene el menor poderío militar del mundo. Todo esto ha cambiado rápidamente con la creciente desarticulación geopolítica global y la crisis energética.
Brasil no tiene por delante las cuatro décadas que necesitó India para convertirse en potencia nuclear y naval, y necesita dar un salto similar para 2030, o sea en la mitad del tiempo. La decisión india de comprar 126 cazas Rafale es un valioso paraguas para Brasil, que viene postergando la decisión por fuertes presiones de Washington. Luego de su visita a Barack Obama en abril y de la segunda vuelta electoral en Francia, Dilma optará por los 36 Rafale, que serán fabricados por Embraer (la tercera aeronáutica civil del mundo) a partir del sexto aparato. La fuerza aérea estima que necesitará 120 cazas en las próximas décadas.
El ministro de Defensa, Celso Amorim, viajó a India en febrero para ajustar los detalles que convertirán al Rafale en un avión franco-indio-brasileño, que será con el tiempo el avión de combate de las fuerzas armadas sudamericanas. La producción conjunta del Rafale puede ser apenas el primer paso en una cooperación más vasta, que incluirá la fabricación de submarinos nucleares entre esos tres países, como insinúa el sitio de análisis estratégico europeo Dedefensa (Dedefensa.org, 28 de marzo de 2012).
La cooperación militar Sur-Sur revela la profundidad de los realineamientos globales en curso. El canciller Antonio Patriota recordó en Nueva Delhi al barón de Rio Branco, padre de la diplomacia brasileña, quien a principios del siglo XX supo leer el declive de Inglaterra y el ascenso de Estados Unidos para promover nuevas alianzas: “Hoy ese movimiento equivale a la coordinación con los BRICS”, dijo en la Cumbre (O Globo, 31 de marzo de 2012). Por su parte, Amorim se ocupó de las urgencias y adelantó que la decisión de los cazas se producirá en apenas tres meses.
Tomado de: http://questiondigital.com/?p=4876 por Roberto Betancourt
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